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lunes, 20 de septiembre de 2010

CAPÍTULO 1


El teléfono sonó vacío, en la calle se escuchaban los repiques de las campanas anunciando el fin de un nefasto año y el comienzo de uno tal vez un poco peor, a través de lo que se podía deducir de mi situación. 

Tirado en el suelo, con la cara pegada el frío cemento de un garaje, un ojo hinchado y con el extraño tacto de la lengua rozando algunos dientes rotos. -“Mal día para querer dejar de fumar” pensé, mientras intentaba ver quien era ese sujeto cabrón que me tenía así. En un rincón, entre la lavadora y una estantería llena de cajas antiguas, estaba él, sentado en una silla y mirándome fijamente. -“Buenos días princesa” me dijo al ver que movía un poco la cabeza, - “pensé que a lo mejor tenía que darte un beso como a la bella durmiente”, sonrió a la vez que se ponía de pié y se dirigía hacia mí, con el pié me giró boca arriba, la luz blanca cegadora me hizo entrecerrar los ojos, -“Maldita sea”, pensé, “tengo medio cuerpo entumecido”, - “Creo que sigues teniendo algo mío” me dijo susurrándome al oído, en otra situación me habría puesto los pelos de punta, pero en ésta no, mas bien me daba asco sentir su aliento cerca de mi. Intenté recordar quien era ése tipejo y que tenía yo de él.

Lo último que recordaba era que haciendo la compra para celebrar el fin de año estaba enojado pues no encontraba por ningún sitio canela en rama, ni piñones, ingredientes principales para hacer una buena sopa de almendras, recuerdo que fui a la cajera, ésa chica tan amable que nunca me ha sonreído en los casi cuatro años que llevo viviendo en el barrio. Recuerdo que la pregunté y cuando estaba allí alguien me preguntó algo a mí, pero no adivino a saberlo.

-“Vamos, no te hagas el loco, mírame y dime donde lo tienes” me volvió a repetir el sujeto del garaje sacándome de mi trance recordatorio, pero no daba para más, no sabía a qué se refería. No había abierto la boca para decir “no me acuerdo” cuando el crujir de mis costillas al impacto de su puño con una cadena, me hizo tomar aire hondamente. – “¿Ves? No me estás ayudando”. La cabeza empezó a darme vueltas, la luz giraba entorno a mi como al astro sol, el suelo se movía como las olas del mar, me costaba respirar, sentía el corazón a cien y sin embargo sentía que la sangre no llenaba mi cuerpo, empecé a tener sueño, tanto, que de nada sirvieron los zarandeos del sujeto agarrado a mi pechera, me quedé dormido, medio en trance, medio muerto.